Acompañamientos para llegar al fin del mundo

No soy partícipe de la idea de que los libros deben de estar completamente solos en sus estantes o cajas. Por el contrario, creo que mientras más diversa sea la compañía que les proporcionemos, más lo será la experiencia que nos regalen cuando nos acerquemos a ellos. Por ejemplo, junto a unas novelas húngaras contemporáneas tengo varios cubos de Rubik, con la esperanza de que los personajes allí descritos tengan una distracción en los tiempos de espera y, por qué no, que los solucionen mientras no estoy, y así poder exhibirlos cuando alguien me pregunte si soy capaz con el acertijo matemático sin necesidad de un tutorial en video. Otro caso, al azar porque hay muchos, es el de los animales de mentira, de cualquier material que estén fabricados, que resulta divertido cuando, por las mañanas, por ejemplo, me levanto y veo que estuvieron jugueteando con los libros o compañeros de estante porque amanecen en desorden o en posiciones diferentes las de la noche anterior. No puedo evitar imaginar que a la mitad de la noche se estuvieron leyendo o amando, que son las dos mejores cosas para hacer en la noche, y eso me reconforta y disminuye un poco la culpa que siento cada vez que me duermo.
Pero no siempre la compañía tiene que ser benéfica. Es una lástima. Veamos el siguiente ejemplo palpable. Este texto, tal como se lee, estaba escrito en un libro que dejé anoche junto a un burrito de peluche, pero amaneció mutilado porque al asno se le ocurrió la gran idea de masticar casi todo su papel a la madrugada. Habrá que preguntarle a él cómo termina entonces, si algún día deja de estar quieto.
por Sergio Marentes
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