Antes del principio del final

Todavía no he leído a alguien, y mucho menos he llegado a escribir a quien sepa identificar en dónde queda exactamente el principio de un final, sea este de una historia oral, de un cuento, de un verso, o de una novela casi infinita. Creo que ni el mismísimo Funes lo habrá podido lograr, ahora que lo pienso. Todo porque si no se confunde con el principio se confunde con alguno de los nudos intermedios y, que tampoco sobre decirlo, si no se confunde con ninguno de estos es porque ni siquiera hace parte de la historia.
Todo esto viene a colación porque alguien me propuso ser un vendedor de libros multimillonario si lograba indicarle exactamente en dónde comenzaba el final del libro que escribo para mutilarlo en aquel punto y, como por arte de magia, lograr las maravillas del paraíso prometido. Pero el problema no es hallarlo para obedecerle, ni más faltaba, sino hacerlo para omitir la información y publicar el libro, ojalá gratuitamente en Internet, bajo el riesgo de ser leído por nadie más que yo mismo. Y es que, así es la vida real en este oficio, así funcionan las piezas despiadadas de este aparato digestivo que es la industria editorial. Entonces, para resistir, los verdaderos escritores escriben lo que deben, que no es otra cosa que lo pueden, aunque les cueste la vida, porque la vida de un escritor no es la vida, sino lo que hace con ella al transformarlo todo en palabras, o mejor, lo que hace con ella mientras realiza el truco de magia, en dónde la deja, cómo la mutila, la doma y, oh sorpresa, dónde comienza a finalizarla para poder repetirlo cada vez que emprenda un nuevo periplo de escritura sin que lo parezca.
Por: Sergio Marentes
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