De cuando éramos omnívoros, por Sergio Marentes

Con frecuencia leo las enciclopedias al azar, como lo hago con la poesía, y como vivo. Me hace recordar de cuando era niño y me zambullía en cualquiera de los volúmenes para dejarme sorprender por lo que tuviera que decirme la suerte a través de los sabios. Era casi una imitación de lo que veía que mi madre hacía: leer enciclopedias y sonreír. Siempre salí airoso de las enciclopedias porque había aprendido algo nuevo. Recuerdo una vez que caí en una guerra de principios del siglo uno. Todo lo que se narraba lo comprendía pero tuve que consultar bastante el diccionario para saber qué empuñaban, qué defendían o qué vestían. En uno de esos cambios de libro, tuvo que ser, caí en la descripción de un soldado que leía mientras fue alcanzado por una granada que acabó con su vida y del que no se tenían más registros que su nombre. Pues anoche en Internet, la enciclopedia de esta generación, investigué sobre aquel episodio porque siempre tuve la inquietud de qué libro leía aquel soldado. La respuesta no me sorprendió pero si me hizo cuestionarme por no haberlo leído yo, que en tantas guerras he estado y que, tal vez, también he salido muerto de ellas. Así que, en Internet nuevamente, busqué el libro y lo leí. Pasé toda la noche en el mismo ejercicio de mi niñez, yendo del diccionario al libro y del libro al diccionario, hasta terminar de leerlo.
Tuve que reflexionar un rato luego de terminarlo, como pasa siempre con los buenos libros. Así como tuve que hacerlo antes de empezar a escribir esto, porque resulta que hay libros que nos salvan la vida aunque la perdamos antes y aunque no revelemos su nombre.
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