De repente me quedé en el presente

Desde que empecé a leer libros digitales me suceden cosas nuevas. Nuevas si las comparo con las que me sucedían cuando sólo leía libros análogos, porque se sabe de sobra que nada de lo que sucede en este mundo es nuevo, por más únicos que nos creamos. Por ejemplo, anoche, leyendo una antología de poesía, de uno de los títulos se desprendió una vocal que descendió por el lado largo de mi teléfono hasta la zona de notificaciones y abrió una conversación en el chat que yo no tenía pensado leer hasta que terminara con el libro. Lo primero que me dije fue que se trataba de un virus y quise reiniciar el aparato, pero el botón para tal fin no funcionó porque sobre él se posaba la huella de la letra y desactivó la función del mismo. No contenta con burlarse de mí, allí inició una pequeña revuelta con las demás letras iguales a ella y, como si eso fuera poco, luego remplazaron a las demás vocales saltando como conejos sobre el teclado, dejando un ininteligible texto escrito en el cuadro de mensaje. Sobraría decir que cuando me disponía a borrar tal locura una de ellas saltó descontrolada sobre el botón de enviar en medio de una carcajada aguda.

Desde entonces, para no tener que explicar por qué escribo con una sola vocal y porque no pude ni quise reparar mi teléfono, me convertí en un soldado de la palabra oral, un defensor de las reacciones directas y de la conversación en tiempo real, y a quién me extraña en los chats, y tal vez le sobro en la vida de carne y hueso, le digo: espéreme quedo en el césped verde que el decente bebé me debe deberes. En tres del mes quedé desde ese estrés excedente; leer El hereje rebelde, déjese, que de vez en mes seré el edén del meme.

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