El perro que persigue su propia cola es la cola del único perro del mundo

No se lo espera uno pero, en el rincón menos esperado de la página, el escritor (si es bueno) lo sorprende con un giro inesperado (como casi siempre) o con una quietud absoluta (como casi nunca). Lo digo porque el libro que estoy leyendo tiene uno de esos puntos de apoyo para mover el mundo. Está ubicado en la página mil, en la décima línea, que es a su vez la última de la página y del libro. Y no es que tenga algo que le haga sobresalir, no, ni algo que le opaque; es una frase tan común que bien habrá sido usada por montones de escritores, de los buenos y de los malos. Son unas palabras simples y concisas que dicen que el resto de la historia está contado a partir de la primera línea del mismo libro y que si la quiero terminar debo dirigirme de inmediato a ella. No es fácil leer eso y detenerse a pensar que, más allá de todo lo que se contó a lo largo del libro, infinidad de historias, se trata de un juego inteligente, mordaz y hasta sádico. No es fácil, pero caí, víctima de mis instintos de lector primitivo y obedecí. Así lo hice en esa ocasión, y lo he hecho, y lo haré, durante días, meses, años, y el resto de mi vida.
Lo que no sé todavía es si ya se terminó mi vida o, algo peor, si todavía no comienza. No sé por andar leyendo tantas veces todas las historias de la historia.
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