El tiempo de los libros

El tiempo de los libros

Desde que escribo sobre libros me han venido sucediendo una serie de eventos que, a lo largo de unos veinte o treinta años, pasaron de lo esporádico a lo cotidiano. En un principio lo que me hubiera producido terror o espanto ahora es, apenas, si no menos, algo que noto y, por lo tanto, hasta olvido en la mayoría de ocasiones. He visto desde hombres diminutos que salen de las páginas de los libros para invadir el mundo, llevándome por delante, hasta libros hablando entre sí, creyendo no ser vistos por mí, de temas a los que yo no me atrevería ni a tocar con unas pinzas de cirugía esterilizadas.

Por eso he contado desde encuentros impensados entre seres inimaginables conmigo hasta hallazgos de lugares, palabras y cosas que no existían hasta entonces y que, para mi suerte, existen desde entonces. Y gracias a ello, a contarlo con desparpajo, y sobre todo con respeto a quien ha querido leerme, he recibido toda clase de ofrendas y regalos, así como amenazas o advertencias a cambio de mi silencio, porque sabemos en qué mundo vivimos. Pero, desde que escribo, siempre supe que lo que se escribe es por obediencia más que por capricho, aunque un poco también porque sí, y porque no.

Ahora, todo esto para contar que mientras pensaba en este texto vino una señora a tocar a mi puerta para ofrecerme una botella con un contenido gaseoso que me recordó a los cuentos de hadas y a los hechizos de las brujas clásicas. Afirmó que bastaba con abrirla en el lugar deseado para que el humo denso que apenas si flotaba convenciera a los relojes de detenerse, uno tras otro sin oponer resistencia, y, paradójicamente, de dejarme tener más tiempo libre para leer sin el afán del mundo tocando insistente mi hombro. Y como no soy un hombre de riquezas, le di todo el dinero que tenía por el elixir del tiempo, que es la moneda más valiosa luego de la palabra.

Escribo esto, precisamente antes de abrirlo porque, de funcionar, ustedes mismos serán los testigos y, para efectos legales, mis defensores en caso de que los bancos, las iglesias, los gobiernos o los dueños de las vidas ajenas quieran hacerme pagar las consecuencias, a lo mejor, quién puede saberlo, con mi tiempo.

Sergio Marentes21 Posts

Editor y director editorial del Grupo Rostros Latinoamérica. Es poeta y narrador. Lector irredento.

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