Feria del libro no leído

Hace poco más de un año recibí algo de alguien en algún lugar. Según decía en el papel que me entregó el lector entusiasta en la entrada de la librería, y según mis cálculos, porque olvidaron decirlo allí, en ese mismo lugar, un año después, se realizaría la primera Feria del libro no leído del mundo. Y antes de parecerme una locura, muy al contrario, creí de inmediato que se trataba de una gran idea, de un acierto. Pensé también que la cantidad de libros no leídos, aunque a la lógica no le gusta eso, siempre es superior a la de libros leídos, y que, si a los recién publicados les hacían ferias de todo tipo, y los rodeaban con centenas de cirqueros y animales amaestrados, a los no leídos también se les podría celebrar de alguna manera, ojalá no menos espectacular.
Hoy, un año después, en la misma librería, asistí a uno de los eventos más singulares que vi. Para empezar, el lugar estaba atestado de pilas de libros empolvados, de marcapáginas arrugados y usados hasta el hartazgo, de esquinas de páginas dobladas, de libros abiertos en una página cualquiera con algún objeto encima para no permitirle cerrar las puertas y de todas las maniobras posibles para evitar perder el punto en donde algún lector se detuvo. No era difícil ver a todo el mundo reflejado en casi todos los lugares. Además de esto había una parte reservada para las excusas, esas que todos hemos usado para detener o no emprender la lectura de algún libro, una especie de galería de voces que postergaron el mundo para siempre. Y, por supuesto, porque en esencia de eso se trataba, también había libros que apenas se les había ojeado y que, en su interior, aún olían al veneno de lo nuevo. Además de ellos estaban los que ni siquiera habían sido liberados de aquel plástico trasparente que tanto odian los lectores de librería, quienes no compran libros, sino que los leen allí mismo, mientras los demás compran, durante horas, de pie, pasando página tras páginas hasta llegar a la última página. Eso sin mencionar a todos los lectores insomnes que perseguían algún ejemplar perdido en las profundidades de su adolescencia, cuando podían pasar las noches de largo leyendo lo que les antojara. Todos iban buscando la plenitud, la totalidad de la lectura total. Como si leerlo todo fuera una meta común, un bien inmaterial del que nadie les libraría luego de alcanzarlo. Y, cómo no decirlo, fue precisamente en uno de ellos que me hallé, y por eso pude dejar el lugar con tranquilidad. Pude venir a escribir esto, para regresar cuanto antes a la primera Feria del libro no leído del mundo.
Estoy seguro de que a esta feria asistiré a diario por los siglos de los siglos, o hasta que la vida me lo permita, porque un lector que se respete siempre tiene más libros por leer que leídos, porque los libros no leídos siempre tendrán más para decirnos que los que ya leímos. Como las vidas que no hemos vivido, que nos hacen imaginar más que la propia que vivimos, porque nadie está contento con lo que imagina y, sin remedio, siempre termina metido de cabeza en la imaginación de otros, a lo mejor para poder imaginarse sin saberlo.

Sergio Marentes21 Posts
Editor y director editorial del Grupo Rostros Latinoamérica. Es poeta y narrador. Lector irredento.
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