Frankenstein cumple 203 años

Frankenstein o el mito del Prometeo moderno nació luego de que Lord Byron propusiera en un retiro de verano, escribir un cuento de terror. Allí fue cuando una de sus huéspedes, Mary Wollstonecraft Godwin mejor conocida como Mary Shelley, escritora nacida en Londres (1797-1851) ideó la historia de un engendro que realmente atemorizara con su aspecto. Eso fue en 1816, pero aún tendría que pasar casi un año y medio para que la primera edición de Frankenstein viera la luz.
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe, o describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito trabajo había creado? Sus miembros estaban bien proporcionados y había seleccionado sus rasgos por hermosos. ¡Hermosos!: ¡santo cielo! Su piel amarillenta apenas si ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado, y los finos y negruzcos labios. Frankenstein.
Prometeo robó el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres. Del mismo modo el Doctor Frankenstein juega a ser Dios cuando sueña con insuflar vida a un ser creado por él mismo. Los dioses descargaron su ira sobre Prometeo, mientras que el Doctor Frankenstein fue castigado por la criatura que él mismo creó.
Esta obra llama la atención sobre los peligros de la ciencia. Dos siglos después de que Víctor Frankenstein devolviese a la vida esa mezcla contrahecha de cadáveres diseccionados, la criatura nos alecciona sobre la osadía y el atrevimiento del hombre por creerse superior a Dios.
Villa Diodati
El frío verano de 1816 en Villa Diodati fue de inspiración para Mary Wollstonecraft Shelley quien escribiría en aquel retiro uno de los dos cuadernos sobre esta historia. El segundo cuaderno lo esbozó en la ciudad británica de Bath.
Estaban presentes Lord Byron, Polidori, Claire Clairmont y el que sería su marido, Percy Bysshe Shelley. En palabras de la propia Shelley, el cuento «debía ser horroroso, porque absolutamente horrorosos deberían ser todos los intentos humanos de imitar la fabulosa maquinaria del Creador del mundo».
El «engendro» o «demonio» vio la luz el 1 de enero de 1818. Fue ese día cuando apareció en Londres la primera edición de la novela, un mito universal que ha inspirado miles de obras en cine, teatro, televisión y cómic.
Al crear a Frankenstein, la escritora imaginó la vida que surge de varios fragmentos de vida. La vida hecha de textos robados en contextos distintos. Esto lo pensó un siglo antes de que surgieran los cubistas.
“La invención, hay que admitirlo humildemente, no consiste en crear del vacío, sino del caos”, afirmaba la escritora. ”En primer lugar hay que contar con los materiales; puede darse forma a oscuras sustancias amorfas, pero no se puede dar el ser a la sustancia misma”.
En lo personal Mary Shelley descubrió la maternidad y su vocación como escritora de novelas al mismo tiempo. Su embarazo coincidió con la creación de Frankenstein o el moderno Prometeo, pero la pequeña Clara Everina Shelley no sobrevivió al primer año de vida. Mientras que su novela tiene una vigencia especial, sigue fascinando a lectores del mundo entero.
Cementerios, una constante
Desde su ventana, Mary Shelley veía tumbas y cadáveres. Su vida estuvo ligada a los cementerios desde la infancia. Era una época en la que abundaban los profanadores de tumbas para proveer cuerpos a médicos y anatomistas. Esto, antes de 1832, cuando se sancionó el Acta de Anatomía, que entregaba a la Medicina los cuerpos de indigentes o muertos que nadie reclamaba.
De niña, Mary tenía el cementerio de Saint Pancras como su lugar de escape. Allí estaba enterrada su madre, quien murió a los diez días de su nacimiento. Sobre su tumba aprendió a leer. Su padre solía llevarla junto a su hermanastra Fanny, ambas aprendían a leer sobre las lápidas.
En ese camposanto, a los dieciséis, Mary se encontró por primera vez a solas con Percy B. Shelley. Ahí se declararon su amor y planearon fugarse. Mary lo había conocido en su casa, en una visita que Percy, con veintidós años, hizo a su padre. “El cementerio, con la tumba sagrada, fue el primer sitio donde el amor brilló en tus ojos. Nos encontraremos de nuevo (…). Un día vamos a unirnos”, escribió Mary en su diario cuando ya había quedado viuda.
Y como dato anecdótico y curioso, en esa época se realizaba feria de Saint Bartholomew, una exhibición diabólica de cuatro días, famosa por sus freaks, donde se veían seres extraños, como una albina, enanos, y la mujer de dos cabezas. El público pagaba caro por ver esas atracciones.
Época de revoluciones
En esa época surgía con fuerza la revolución industrial, se perfeccionaba la máquina de vapor de James Watt. La guillotina de Robespierre se imponía para lograr el orden. La química moderna sentaba sus bases gracias a las teorías de Lavoisier. La electricidad vive su momento estelar desde mediados del siglo XVIII con los científicos de Benjamin Franklin, Luigi Galvani y Alessandro Volta.
La escritora tuvo una clara influencia en ese contexto socio-político y tecnológico que moldeaba firmemente sus ideas. Su padre, el novelista y filósofo radical William Godwin (1756-1836), fue partidario de abolir la propiedad y era anarquista, contrario a toda forma de gobierno.
Godwin vivía con su segunda esposa, Mary Jane Clairmont, y cinco hijos de diferente origen biológico. Mary W. Shelley crece marcada por el pensamiento de su madre, la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft (1759-1797), siguiendo su ejemplo para convertirse en una mujer con conciencia antes que ser una esposa sumisa.
En 1792, tras el éxito de un ensayo en defensa de la Revolución Francesa, Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los derechos de las mujeres, donde exigía la educación para las niñas: “Para hacer el contrato social verdaderamente equitativo…debe permitirse a las mujeres encontrar su virtud en el conocimiento, lo que es apenas posible a menos que sean educadas mediante las mismas actividades que los hombres”. Ese documento es considerado el primer tratado feminista, en paralelo a la Declaración Universal de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana redactado por la francesa Olympe de Gouges, decapitada en París por su lucha a favor de los derechos humanos.
Tal vez, Mary no se educó como habría deseado su madre, pero su padre estimuló su intelecto dándole una buena educación, aunque desatendió sus necesidades emocionales, siendo indiferente al igual que su madrastra.
Mary podía escuchar en su casa al poeta fundador del romanticismo inglés, Samuel Taylor Coleridge, así como también a los químicos William Nicholson y Humphry Davy. Su padre la llevaba a conferencias sobre electricidad y a tomar el té con el divulgador del vegetarianismo John Frank Newton. Todo ese bagaje cultural que le legó su padre fue fermento para su imaginación de escritora.
Las ediciones “Frankenstein o el moderno Prometeo”
El 1 de enero de 1818, casi dos años después de la estancia en el lago Lemán, se publica Frankenstein o el moderno Prometeo con una tirada de 500 ejemplares. No lleva firma. En un comienzo se atribuye su autoría al poeta Percy B. Shelley, esposo de Mary quien le hizo las correcciones al manuscrito.
Por si alguna duda quedaba sobre la autoría, en 2013 se subastó por 477.422 euros un ejemplar de la primera edición dedicada a Lord Byron “por el autor”. La letra fue autentificada como la de Mary W. Shelley.
En la segunda edición de 1823 con unos 500 ejemplares, la escritora se identifica. En tres años se realizaron 10 adaptaciones teatrales diferentes. La obra adquiere vida propia. Sus lectores encuentran en Frankenstein: terror gótico, anticipo de ciencia-ficción o un dilema ético sobre los límites de la ciencia.
En Halloween de 1831 se lanza una tercera edición de 4.020 ejemplares. La escritora introduce cambios y disipa dudas: “Ciertamente, no le debo a mi marido la sugerencia de ningún episodio, ni siquiera de una guía en las emociones, y sin embargo, si no hubiera sido por su estímulo, esta historia nunca habría adquirido la forma con la cual se presentó al mundo”. Firma su introducción como M. W. S., aunque la historia de la literatura prescindirá del apellido materno.
Para celebrar este bicentenario, se publicaron dos libros:
Frankenstein. Edición anotada para científicos, creadores y curiosos en general
El Frankenstein de Mary Shelley ha pervivido en la imaginación popular durante doscientos años. Iniciado como un relato de fantasmas por una autora intelectualmente y socialmente precoz de dieciocho años, la dramática historia de Víctor Frankenstein y su extraña criatura puede leerse como la parábola definitiva de la arrogancia científica. Esta edición de Frankenstein acompaña la versión original de 1818 del manuscrito –meticulosamente revisada y corregida línea por línea por Charles E. Robinson, una de las autoridades más destacadas del mundo en el texto– con anotaciones y breves ensayos de estudiosos de primera fila que exploran los aspectos científicos, sociales y éticos de este maravilloso relato.
Frankenstein, el manuscrito original
La editorial francesa SP Books explica: a lo largo de las páginas se desentraña el proceso creativo del joven autor y surge un diálogo íntimo entre Mary y su amante, Percy Shelley. Las anotaciones manuscritas, las correcciones y los comentarios lúdicos de Percy ofrecen una visión personal de la vida de la pareja; lo vemos a él dirigirse a Mary como “¡qué bonita pecksie!” y María responde que Percy es “Elfo”.
¿ Macabra o romántica?
Para entender un poco más a la autora de Frankenstein, debe recordarse el episodio ocurrido a sus 25 años tras quedar viuda. Ella decidió conservar el corazón de su marido, el escritor y poeta romántico Percy B. Shelley. Y como un hecho sórdido, envuelto en la página de una poesía, Mary Shelley trasladó el corazón de su esposo en sus sucesivos viajes y mudanzas como una reliquia, durante un cuarto de siglo, hasta su muerte. En la tumba yace Mary y el corazón de Percy ya que el cuerpo del poeta está enterrado en Roma.
Lectores, tal vez ahora puedan responder la pregunta que le hicieron a Mary W. Shelley durante toda su vida: “¿Cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrollar una idea tan horrorosa?”.
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