Jesús Manrique: he perdido la fe en el género humano

Jesús Manrique

Jesús Manrique (Madrid, España) es un escritor con mucha consciencia social. De sus palabras nacen sentimientos de preocupación y de reflexión, que ahondan en las emociones y conmueven. El autor contó a Qué Leer, sobre el universo de situaciones y personajes que pueblan su novela El Invierno que vendrá. De una forma descarnada y realista manifiesta su desacuerdo con el terrorismo, la guerra, la censura, el racismo y sus los abusos del Poder. Está muy bien informado de la realidad social y los conflictos que afectan a los seres humanos, sobre todo, cuando llegan a la vejez.

El invierno que vendrá de Jesús Manrique

El Invierno que vendrá es tu segunda aventura literaria. ¿Es en alguna forma una novela con visos autobiográficos?

Sí y no. Yo al escribir utilizo vivencias personales, desde luego.  Mucho de lo que queda en la memoria está ahí, en esas aventuras que dices. Acabo llevando a los textos los momentos para mí felices, lo que me gusta, interesa, indigna, preocupa, el dolor de los míos y el de los demás, el desamor y todo lo que complica la vida, además de vivencias ajenas que vienen de la documentación. La realidad por un lado, aunque pasada por el cedazo del tiempo. Pero no quiero textos autobiográficos. Y es aquí donde entra en juego la imaginación. Porque la realidad no deja que juguemos con ella. Con lo irreal sí. Con la imaginación podemos cambiar el lugar que el destino ha elegido para nosotros. Somos héroes o villanos, amas de casa, torturadores, imagínate que si queremos hasta podemos llegar a galaxias habitadas por alienígenas de colores fluorescentes o incluso resucitar a los muertos más queridos.

¿En qué te has inspirado para escribir los once relatos que la componen?

La vejez es el camino que he elegido para llegar a la mayoría de las historias. Siempre me han producido una ternura especial las personas mayores al verlas un poco perdidas, solas, como abandonadas. Aunque no todos son los pobres viejecitos que vemos ahora. Y es de aquí de donde parte la idea de plasmar en la mayoría de los once cuentos que conforman El invierno que vendrá todos esos conflictos que se crean cuando llega el momento en el que no nos valemos por nosotros mismos. La parte biológica del envejecimiento. No hablo desde luego de canas o arrugas. Pero en El invierno que vendrá no solo está el invierno de la vejez, también tiene su espacio el invierno de la soledad, el de la incomprensión, el de los perdedores de las guerras y un poco de la historia. Pero no quiero dar la idea de que son historias de penas y tristezas generalizadas. No es así. En los cuentos también están la felicidad y la búsqueda de nosotros mismos, la amistad, la lealtad, el amor con todos sus momentos de plenitud…

Si tuvieras que escoger el relato que más te ha gustado escribir, ¿Cuál sería?

Me sonrío, porque esto es muy representativo. Me refiero a lo de que las creaciones forman parte de nosotros y sentimos por ellas un cariño personal por un motivo u otro. Y en mi caso también. He tenido necesidad de escribir cada uno de los once cuentos. Puedo decirte que despiertan en mí una ternura especial la madre de Los escaramujos del rosal y la chica que baila con las primeras canciones de Miguel Bosé, que sale a colación en varios cuentos. Aunque tengo predilección por Ella y él, La línea declinante del cielo y, sobre todo, hacia La felicidad en ninguna parte. Estoy orgulloso de haber escrito este cuento. Principalmente la parte que se desarrolla en México.

¿Cuál es el aspecto ético de tu narrativa?

Como he dicho antes, en estos cuentos, y en otras novelas mías, no quiero dejar pasar por alto lo que no me gusta de este mundo y no me puedo callar. Es como una urgencia que forma parte de mi ideario. Es terrible lo que ha venido ocurriendo en España en los últimos años. Ciudadanos en prisión por manifestar su opinión en redes sociales, sancionados por participar en manifestaciones, músicos evadidos perseguidos por la justicia, gente sacada a rastras de sus casas por la policía al no poder pagar la hipoteca al banco. Cuando pasen los años recordaremos está época como un periodo sombrío en cuanto a los derechos de las personas. Pero aun siendo fundamentales las ideas, imagínate lo que te digo, me interesan más las emociones y los sentimientos, algo que ya escuché decir a Juan Marsé hace años, porque las ideas, con el paso del tiempo, se pueden pudrir en las páginas de los libros, mientras que las emociones y los sentimientos permanecen. Aunque haya que tener todo el cuidado para no caer en el sentimentalismo.

¿Qué representan la niñez y la adolescencia en tus relatos?

La infancia y la adolescencia en mi caso, en el pueblo, en el campo, son una memoria habitual que aparece creo que de forma muy clara en mis  narraciones. Es como el rescoldo que había en la chimenea de mi casa y que volvía a arder con apenas un soplo que nos ponía perdidos de ceniza. Aunque hay veces en las que alguien cercano se convierte en mi memoria y me trae cosas olvidadas. Porque es imposible atrapar del todo los recuerdos. Y luego que al escribir nos inventamos muchas cosas. Aunque todas están dentro de lo que pudo haber sido. Si me pongo a pensar, de la infancia me llegan los juegos en las eras, o en las cámaras donde éramos como exploradores. Las cámaras manchegas donde se guardaba el grano de las cosechas eran toda una aventura. Había mil cachivaches. Recuerdo las historias de muertos y enterrados que contaba mi abuelo, las hogueras que se hacían en honor de los santos, los conejos y las gallinas en el corral y los baños y meriendas en las lagunas de Villafranca de los Caballeros, mi pueblo de La Mancha, en las que el agua y el sol daban una sensación de plenitud tal que hoy sigue tan pegada a mi como lo están las caricias de mi madre. Es curioso porque la memoria de mi infancia coincide con el verano. Con la adolescencia llegó la música: Camilo, Bowie, Ferry, Siouxie Sioux, la locura del tecnopop, la fascinación por el afterpunk y las inseguridades y ya nada volvió a ser igual. Pero ahora que lo pienso no hay muchos personajes niños o adolescentes en mis historias. Sí están los adultos que se acuerdan de lo vivido.

Defíneme qué significa para tus personajes, llegar a viejos

La vejez es una etapa natural de nuestro ciclo vital. No creo que tenga que ser una etapa de involución ni mucho menos. Y creo que en la gente mayor hay una mayor complejidad y riqueza emocional. Y desde luego que en la vejez se experimentan emociones placenteras con la misma intensidad que cuando se es joven. También creo que se valora mucho más lo vivido. Muchas veces aparece la fortaleza de los padres, ya convertidos en abuelos, en contrapunto con la flaqueza de los hijos. En estos años de crisis hemos visto como los padres-abuelos han salido en defensa de los hijos, y no solo con su apoyo económico. Y además en la vejez es donde se da ese tipo sabiduría que solo se consigue con los años.  Pero no soy muy optimista con la situación en el futuro de las personas mayores. La enfermedad, el deterioro físico y cognitivo, la dependencia, llevan a situaciones dramáticas. Aunque en todo ello influyen las condiciones socioeconómicas, la autonomía, el apoyo familiar… Los personajes de El invierno tienen un poco de todo esto.

Una radiografía de tus personajes se traduce en un universo de sentimientos buenos y otros no tanto. ¿Cuál  es tu mensaje universal sobre la naturaleza humana?

Hace muchos años ya que perdí la fe en el género humano. Hay gente maravillosa haciendo cosas increíbles de forma altruista. Pero son los poderosos y sus intereses económicos los que mandan. El dios dinero llevado al altar. Basta mirar a nuestro alrededor para ver el mundo desolador que tenemos, un mundo por otro lado con una naturaleza de una belleza extrema que no cuidamos. Vuelvo un poco a lo de antes, periodistas encarcelados y en España una Ley Mordaza para meter miedo y acallar el pensamiento crítico. Y ahí siguen guerras tan terribles como las que asolan Siria o Yemen, con miles y miles de desplazados. Que me espantan. Lo mismo que las miles de muertes en el Mediterráneo y las torturas de una crueldad extrema en Libia sobre los que huyen de la pobreza y las guerras. Lo que ocurre en la frontera de México con los EEUU. ¡Cómo es posible que en pleno siglo XXI se separe a los hijos de sus padres y los pequeños sean metidos en jaulas y el mundo entero no salgamos a la calle! El fascismo que resurge en Europa, la aporofobia, el terrorismo, el racismo… Hace poco escuché una de esas cosas que si no lo oyes de primera mano cuesta creer: Yo no quiero jugar con una negra, le decía una niña rubia a otra de color. Pero este comportamiento de la niña rubia no es lo peor, me pregunto ¿qué están haciendo sus padres? Y entre todo esto tenemos que subsistir.

Con el “El amor de las mujeres” (2016), fuiste finalista del II Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América. Es un logro el que una primera novela haya recibido tal reconocimiento. ¿Cómo te sientes al respecto?

Bueno, la verdad es que no me siento de ninguna forma. Sí te hace pensar que quizás no lo estás haciendo tan mal como muchas veces crees. Fueron cientos de obras las que se presentaron desde España y América a este concurso. Pero esto para mí es algo a largo plazo. Quizás sea un poco irreflexivo, porque ya soy mayor, pero no tengo ninguna prisa. El amor de las mujeres fue seleccionado entre varios finalistas, entre ellos el chileno Jorge Edwards, que fue quien ganó el premio ese año con La Casa de Dostoievsky. Cómo iban a darme a mí, un donnadie, tanto dinero estando allí el genio de Edwards. Te lo podían haber dado en un cheque, por ejemplo, me dijo un amigo en alguna ocasión hablando de esto.

Te has definido como un escritor autodidacta. ¿Cuáles son tus influencias literarias?

Sí, sí. Soy autodidacta. No es algo que yo eligiera. Sucedió así. Y lo bueno que tiene es que trabajas el lenguaje por tu cuenta, sin ningún tipo de academicismo. Mis primeras lecturas estuvieron en Salgari, en Lovecraft, Julio Verne… Libros que me regalaban. Que son a quienes les debo mi afición por la literatura. Pero si tengo que hablar de influencias, que no sé si son tales, supongo que sí, por quienes siento veneración son Ray Bradbury, John Cheever, Mohamed Chukri y sobre todo Paul Bowles. Desde que lo descubrí estoy fascinado por su mundo. Ese romanticismo viajero tan crudo. Cuanto más lo leo más ganas le tengo, más me abre el apetito. Y de los de lengua castellana me gustan mucho Juan Marsé, Carlos Fuentes, Ana María Matute… Y por encima de ellos Juan Eduardo Zúñiga. Y la novela Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester, que es mi favorita. Con un personaje tan enorme como Clara Aldán, a la altura de protagonistas tan mayúsculos como Madame Bovary o Anna Karenina. Y la poesía de Ángel González y Gil de Biedma. En fin…

¿Cuál es el género que predomina en tus novelas?

Lo cierto es que no he pensado mucho en ello. Y tampoco es que me preocupe. El nombre mejor lo ponéis vosotros o tal vez los lectores. Sí me gusta contar la realidad. Yo quiero escribir acerca de estas personas de la calle que no tienen voz y si salen en los medios es para recalcar algún aspecto negativo de ellos. Quiero hablar de los desheredados, los olvidados que, de una forma tan magnífica, describe en sus novelas Antonio Ferres. Y también es cierto que quiero unir de alguna forma el campo con la ciudad, la tradición con la modernidad y lo culto con lo popular. Y hablar de mi predilección por determinadas épocas y momentos históricos, por la vida cotidiana tras la guerra civil española y la venganza de los fascistas sobre los vencidos, un tema que siempre se entremete por ahí, también por cierta iconografía del desamor y el drama.

Tus proyectos literarios,  ¿Hacia dónde se encaminan?

Siempre tengo ideas que me bullen en la cabeza. Tenía ilusión porque mis libros estuviesen en México, por eso del cuento La felicidad en ninguna parte, que está ambientado allí, y en un impulso de chifladura contacté con la Biblioteca Pública del estado de Jalisco, en Guadalajara, que tiene 500 años de historia y depende de la universidad, y además por allí estuvo Fernando del Paso, que fue Premio Cervantes en 2015. Me pidieron las dos novelas editadas. Y allí han de estar, en algún estante esperando despertar el interés de algún lector despistado. Fueron tan amables que me enviaron una carta de agradecimiento. Fue un momento tonto de mucha ilusión. Tengo algunas novelas más terminadas y, como la escritura es algo que necesito hacer sí o sí, ahora mismo ando a vueltas con una nueva. Antes te he dicho acerca de la realidad y la imaginación y bueno, pues eso, como la realidad es dura, me agarro a la imaginación y espero que mis historias no sean solo palabras y frases escritas en un libro, sino que se conviertan en ideales reconocibles que lleven a pensar, con los que se identifiquen los posibles lectores, que sean también emociones y sentimientos, que lleguen a hacerlos suyos o despierten otros nuevos.


Jesús Manrique nace en Madrid y crece en La Mancha, en Villafranca de los Caballeros (Toledo). Publicó sus relatos iniciales en libros de cuentos colectivos. El amor de las mujeres, su primera novela publicada en 2016 con la que se dio a conocer, fue valorada por un jurado internacional de primer nivel que la seleccionó entre los finalistas del II Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América. Sus historias familiares entre el campo y la ciudad, entre rascacielos y tierras de labrantío, son una invitación de los sentidos, presentes en muchas de las páginas de sus apasionantes relatos y novelas.

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