José María Pérez Zúñiga: invertir en educación libre y universal

José María Pérez Zúñiga

El escritor madrileño es uno de los invitados internacionales de la III Feria del Libro del Oeste de Caracas. José María Pérez Zúñiga nos comentó sobre su novela Cine Aliatar que será objeto de un encuentro con estudiantes.

En entrevista a Qué Leer explicó cuáles son sus coincidencias con el poeta Rafael Cadenas y también afirmó que imagina al escritor como un actor para poder seducir al lector.

Es tu primera visita a Venezuela, ¿Por qué es importante esta actividad cultural que cuenta a España como país invitado?

Para mí es una gran oportunidad de conocer un nuevo país y compartir experiencias. Creo que es importante tender puentes entre España y América Latina, y particularmente con Venezuela. La III Feria del Oeste, en la Universidad Católica Andrés Bello, es un excelente marco para ello. La cultura es la garantía de la democracia.

¿En qué ha influido tu carrera de abogado en tu profesión de escritor?

Soy profesor universitario e investigador, no abogado. El estudio del Derecho ha sido determinante en mi formación, y me ha ayudado sobre todo en mi labor periodística, como columnista de opinión. Creo que el Derecho te pone los pies en el mundo, algo que es fundamental para un escritor. De todos modos, yo me dedicaba a profesionalmente a la literatura y al periodismo antes que entrar en la universidad. Para mí son actividades complementarias. Cuando escribo y cuando enseño lo que trato es de tender puentes con mi auditorio y con mis lectores, ofrecerles otra visión del mundo. Tanto la lectura como la enseñanza suponen una conversación privilegiada.

¿Conoces escritores venezolanos? ¿Tienes algún libro que quieres destacar?

Claro. Rafael Cadenas, a quien se homenajea en esta feria, es una de las voces más interesantes de América Latina. Comparto con él la idea de que la experiencia vital y literaria están profundamente ligadas por la escritura, que es capaz de transformar el comportamiento humano. También comparto su interés por la sobriedad del lenguaje, que debe ser transparente y lúcido, exacto para revelar el mundo. Como Cadenas escribía en Memorial: “Enmudezco/ en medio de lo real/ y lo real dice/ con su lenguaje lo que yo guardo”. Además, Rafael Cadenas guarda excelentes lazos con mi ciudad en España, Granada, que le otorgó en el año 2015 el Premio de poesía Federico García Lorca. Pero hay otros escritores venezolanos imprescindibles, como José Balza, a quien entrevisté hace años cuando publicó “Caligrafías” (Páginas de Espuma), un libro memorable, o Ednodio Quintero, de quien me entusiasmó “La danza del jaguar”. Y luego están dos excelentes escritores venezolanos afincados en España, Juan Carlos Méndez Guédez y Juan Carlos Chirinos, de los que suelo leer todo lo que publican. El último libro de Chirinos es un ensayo que lleva precisamente por título “Venezuela”.

Has escrito adaptaciones de obras de Charles Dickens y Julio Verne. ¿Por qué esos escritores en particular?

La elección de esos autores para las adaptaciones se debe a criterios editoriales. Vicens Vives, la editorial para la que trabajo en este campo, ha recibido numerosos reconocimientos por su labor y particularmente su editor, Paco Antón. Adaptar obras de la literatura universal es un trabajo exigente y en el que se aprende mucho como escritor. Se trata de contar mejor –si es que esto es posible- y de una manera más eficaz lo que ya era una obra maestra, respetando siempre la idea original y el espíritu del autor.

Una de las actividades en la FLOC 2018 es el encuentro con estudiantes de Comunicación Social sobre tu novela Cine Aliatar, en la cual se puede encontrar un paralelismo entre la memoria del narrador y la historia pública de España. ¿Podrías hacernos algún comentario? ¿Cuál es tu visión sobre la crítica cinematográfica?

La verdad es que no me considero un experto en cine. Lo abordé, como tema literario, en la novela Cine Aliatar. La historia del cine Aliatar (en Granada) es el hilo conductor de la novela, que corre paralela a la historia de sus personajes y de la propia historia de España. Este cine tiene una vida curiosa. En el solar hubo primero una fábrica de bombas. Después tuvo una inauguración, cierres temporales, reformas, reaperturas… hasta el cierre definitivo. Parece la vida de una persona. O, como dice uno de los personajes de la novela: “Una fábrica de sueños construida sobre una fábrica de bombas. Ésa es la historia de España”. Partiendo de la historia de amor de los protagonistas, César y Lucía, que abarca casi toda su vida, la de sus familias y la del propio cine Aliatar, trato de explicar –y de explicarme a mí mismo- lo que ha ocurrido en España en los últimos años. En ese sentido, Cine Aliatar es también una novela de misterio que trata de desentrañar un secreto. Mi generación se ha educado con el cine norteamericano, fundamentalmente. Y en el cine de los ochenta del siglo pasado, a los directores, como Ridley Scott o David Lynch, les preocupa sobre todo los efectos estéticos de la mirada, lo que vemos y no vemos, lo que se oculta tras la llamada realidad. Pero una cosa es el cine y otra la literatura. La herramienta de un escritor es el lenguaje, y debe utilizarlo con precisión.

¿Cuándo es el mejor momento para escribir?

Hay escritores nocturnos y diurnos, y yo soy de los diurnos, o quizá un punto medio, porque suelo levantarme antes del amanecer. Las primeras horas del día se las dedico a la escritura, para mí es el mejor momento, porque es cuando estoy más lúcido, pero influido todavía por los sueños. Pero, quien escribe, lo hace constantemente en su pensamiento, haga lo que haga, trabaje, ame, lea, descanse o duerma.

Ejerces la labor docente. ¿Cómo es el acercamiento de los jóvenes a la literatura? ¿Leen lo suficiente? ¿Tiene motivación para escribir?

Los jóvenes tienen toda la motivación del mundo siempre que tengan el entorno y los estímulos adecuados. Yo soy hijo de padres lectores, y por eso leo y escribo; mi madre te contaba un cuento para hacer cualquier cosa. Mi hijo, que tiene ahora 15 años, es un lector voraz, y lee además en más idiomas que su padre, gracias a la educación que ha recibido. Y, mi hijo, por cierto, escribe, y muy bien. La lectura y la buena educación es una labor que tiene que ir de la mano entre instituciones y familias. Invertir en una educación libre y universal y fuera de cualquier condicionante ideológico es la mejor apuesta para un país que crea en el futuro y el desarrollo.

¿Qué temas te inspiran más como escritor en la ficción?

Los temas de la literatura son temas universales, que son los que preocupan a cualquier ser humano.

Para quien no brilla la luz es uno de tus más recientes libros. ¿De qué trata?

Para quien no brilla la luz es un thriller, una revisión del tema del vampirismo desde la perspectiva del género policíaco y fantástico. También es una reflexión sobre el propio fenómeno, y sobre las debilidades de la sociedad actual. Mis vampiros podrían ser muy bien toxicómanos. Indago, desde la narración, en las razones que nos han llevado a un nuevo romanticismo que valora lo irracional. Negamos la realidad y tratamos de explicar la irrealidad, eso hacemos constantemente, porque es un elemento esencial de la mente humana: imaginar mucho más de lo que podemos hacer.  Los niveles de lectura, como en otras novelas mías, son varios. Están los elementos propios de la novela de misterio y también los de la novela policíaca. En un primer nivel de lectura hay una serie de crímenes que resolver; en un segundo nivel, el “crimen” puede ser el de la sociedad actual y sus formas de negación del individuo; en un tercer nivel nos sumergimos en los abismos de ese individuo contemporáneo y a la vez universal partido en sus dos protagonistas: Irene, prostituta, asesina, amnésica; y Miguel Serrano: policía, infeliz, brutal; y hay una cuarta lectura más metaliteraria.

En tu blog se puede palpar tu actividad constante que abarca una variedad de tópicos en muchos medios de comunicación social. ¿Cuáles temas de actualidad te preocupan más?

Creo que periodismo y ficción comparten lo esencial, que es prestarle atención al mundo en el que vives. Cambian quizá la perspectiva y lenguaje, pero trato siempre de llamar la atención del lector sobre temas que son de interés social y provocar alguna reflexión sobre el mundo en que vivimos. En la sociedad actual hay mucho ruido, mucha prisa y poco sosiego. Y tanto el periodismo como la literatura son medios privilegiados de comunicación. La lectura, a fin de cuentas y como decía antes, es una conversación entre dos personas.

¿Cómo seduces al lector?

Yo me imagino a veces al escritor como un actor (el fingidor de Pessoa) que debe hacer introspección para darle vida a los personajes que va creando y que pueden llegar a cobrar verdadera importancia en nuestra vida, convertirse en camaradas interiores, en hermanos en la soledad, llegando incluso a suplantarnos. Y eso se puede aplicar a la sociedad también. En El libro del desasosiego, Pessoa escribe: “La civilización consiste en dar a algo un nombre que no le compete y después soñar con el resultado. Y, realmente, el sueño falso y el nombre verdadero crean una nueva realidad”. Me gusta jugar con la figura del doble, y algunos de mis personajes son una suerte de alter egos que me ayudan a profundizar en mí mismo y en el ser humano en general. Creo que ésa es la razón de ser de la literatura, y lo que a la postre genera empatía entre el escritor y el lector. Los dos terminan convirtiéndose también en personajes de ficción, pero no por eso dejan de ser verdaderos.

 

Quisiéramos algunos de tus textos para nuestros lectores:


Libro José María Pérez ZúñigaCapítulo 1 de de Para quien no brilla la luz (Berenice, 2018):

En el espejo del baño descubrió unos ojos azules y feroces, la boca deformada por una mueca irónica que la sorprendió, más aún que no reconocer esa cara, como si su identidad estuviera grabada en esos nuevos rasgos y no en sus recuerdos, deslavazados, jirones dolorosos como la música atronadora del pub, apenas amortiguada por la puerta del lavabo de señoras. En los pómulos y las mejillas acentuados, en las ojeras y el mentón prominente, en ese pelo negro y largo y enmarañado que contrastaba con los labios, tan rojos.

Estaba la sangre en la acera un rato antes, y el rostro tan blanco, y una sed como nunca había sentido, como tampoco el pánico por no saber lo que había hecho en las últimas horas, en los últimos días y en los últimos años, por no saber quién era. Aún sentía su sabor terroso en la boca, y al pensarlo, las náuseas le subieron desde el estómago y la obligaron a vomitar un líquido rojo y espeso sobre la loza blanca del lavabo. Fue al hacerlo cuando rozó con la lengua sus dientes, que aparecían tras sus labios retraídos nuevamente en una expresión cruel, tan blancos y relucientes, puntiagudos. Estaba la cara de ese hombre y el pánico en sus ojos desorbitados, el latido de su corazón amortiguándose, la mano –abrasadora- que se retiraba de su sexo. Estaba el callejón, y el estruendo de la ciudad que llegaba hasta su conciencia como si pudiera registrar cada uno de los sonidos por separado. Estaba el deseo de vivir mucho más intensamente de lo que había hecho hasta entonces.

Pero no estaba ella, o quienquiera que hubiera abierto los ojos entre esas paredes de granito pulido, como un mausoleo.

El mareo la obligó a agarrarse al lavabo. Las paredes estaban mugrientas, manchas negruzcas se arrastraban hasta ella, como si quisieran trepar por sus pies y sus piernas y palpar su cuerpo, ahogarla, asfixiarla una vez más. Pues esa sensación sí la recordaba perfectamente: la impotencia, el dolor agónico hasta una oscuridad rota en pedazos, como un nuevo nacimiento. Y recordaba la sorpresa porque sus pulmones se movieran rítmicamente, aunque ya no necesitasen el aire. Y la mano torpe palpando su cuerpo tumbado en la acera del callejón con más libertad de la requerida, con una ansiedad reflejada en el tono de voz del hombre que le preguntaba:

– ¿Qué te ocurre? ¿No te encuentras bien?

Qué te ocurre a ti, hijo de puta, qué es lo que no encuentras para que tengas que tocarme el coño y las tetas. Y la rabia. Y un odio desconocido. Y la sed. Y el deseo. Como si sufriera la peor resaca de su vida. 

En el espejo vio la cabeza inconcebiblemente torcida. Y vio su propia cara hundida en el cuello del hombre, la boca abierta como una ventosa, los dientes clavados en la carne. Y sintió sus estertores, el latido de la corriente sanguínea en la lengua, la acidez y el calor que la colmaban con una paz increíble. Y la comezón en su sexo. Y los latidos de su corazón acompasándose a los latidos de ese otro corazón. Y el deseo de que aquello nunca acabase. 

La puerta se abrió de un golpe, y hasta ella llegó el ruido ensordecedor, el martilleo volvió a las sienes. La mujer rubia parecía un monigote, el pelo escaldado, tambaleándose. Llevaba los ojos pintados de negro, largas pestañas postizas, los labios pintados a juego, como una máscara de terror. Pero su expresión, su postura, sus balbuceos eran de pantomima, como ese “Hola” desvaído antes de sacar el pequeño estuche del bolso y la seguridad sin embargo con que extendió la raya de coca y se agachó sobre el pequeño cilindro ofreciéndole el cuello fino y frágil, la línea de la arteria verde que le recordó su propia palpitación, el estómago vacío de nuevo.

Bastó un golpe sobre la nuca, el cilindro incrustado en el cerebro, el bucle de su cabeza y su cuerpo que ella acogió sobre sus brazos como si se tratase de una ofrenda, un sacrificio para su propia resurrección. Y esta vez bebió con la satisfacción que producen las cosas bien hechas. 

Había recuperado la seguridad, y el instinto la llevó a rebuscar en el bolso, a sacar la cartera y las llaves y guardarlas en el bolsillo. En el carné de identidad leyó el nombre y la dirección, las letras borrosas: Irene García, Ribera de Curtidores, 21, 5º B; como en un sueño. Quizá pudiera descansar allí durante unas horas, reflexionar sobre lo que le ocurría, aplacar esa extraña euforia que tal vez tenía también que ver con la ausencia de remordimiento. Apoyó el cuerpo de Irene sobre la tapa del váter de la izquierda, evitando la mirada de sus ojos vacíos, dilatados aún. Ocultó el bolso bajo su propio abrigo, sucio por haber estado tirada en el suelo, y echó el pestillo de la puerta: entre la parte superior y el techo había un hueco que ella superó con facilidad, las manos fuertes sobre el borde, el cuerpo deslizándose sobre la madera, como un reptil. 

Al salir del baño la sobrecogieron el olor, las palabras, las respiraciones, los ojos que se volvían a mirarla y por los que ella podía introducirse y recorrer nervios, venas y arterias como autovías, los cuerpos de esos animales en movimiento de los que podía separar cada uno de sus elementos, las sensaciones de odio, miedo o excitación, los pensamientos desligados de las conciencias, flotando como el humo. Era como penetrar en una selva, y ella podía oler el sudor y el carmín, el maquillaje y el tabaco, la suciedad y los perfumes impregnados en pieles suaves y rugosas, dulces y ácidas sobre la carne, los músculos, los tendones y los huesos, el algodón y el acrílico y el cuero y el vaquero de los pantalones, caucho, plástico y madera sobre el suelo de mármol bajo el que reptan los insectos, buscando el calor de las tuberías. Se abrió paso entre las calaveras, obvió las llamadas, las invitaciones, apretó hombros y brazos hasta hacerlos sangrar. Y por fin, la noche, envolviéndola con su respiración contenida, abrazándola, como si sólo ella fuera un ser vivo.


Libro José María Pérez ZúñigaCapítulo 1 de Cine Aliatar (Valparaíso Ediciones, 2017):

El hombre está chupando el labio de la mujer. Parece un galápago con los ojos abiertos. Chupa una y otra vez el labio superior, y no deja de mirarla fijamente, atento a las reacciones del insecto que está devorando. Ella se abandona a la ceremonia: lo abraza por la cintura, cierra los ojos, su boca corresponde a la ventosa. Tengo los oídos taponados desde que hemos bajado del avión, vuelo Iberia GRX 654 Granada-Madrid, apenas oigo los ruidos de la estación de metro, las conversaciones de los pasajeros en este túnel de luz blanca, mientras esperamos el próximo tren. No puedo dejar de mirar a la pareja, al hombre que succiona el labio con su boca de pez, vigilando con esos ojos que ni siquiera parpadean, fijos y negros, como una cámara mostrándonos el abismo en el que nos precipitaremos, ojos hostiles de amor.

“Es un psicópata”, pienso.

– Es un psicópata –le digo a Lucía.

Lucía me mira como si no comprendiera. Pero se señala los oídos, indicándome que he hablado demasiado alto. También me está mirando la gente que hay a nuestro alrededor. Con una punzada de miedo miro al que he llamado psicópata: me mira; y la chica a la que succionaba también me está mirando: tiene tanto miedo como yo. ¿La he salvado de morir devorada? ¿El galápago iba a engullirla y a arrojar los despojos a las vías? Ese hombre es en realidad un exmilitar, teniente expulsado del ejército y convertido ahora en un mercenario contratado por el padre de Lucía para matarme. Su nombre es Víctor Delgado, y se parece mucho a un compañero de colegio. No me porté bien con él.

Y todo porque tengo los oídos taponados. Miro. Imagino. Hablo.

Así empieza la persecución.

Pero lo que persigo se encuentra en otra escena, años atrás, en la época en que los hechos se encadenaban también con una intensidad obsesiva. Entonces Lucía y yo éramos en cierto modo las víctimas. Del tiempo y de la inexperiencia. Éramos, sin saberlo, la víctima y el asesino, el uno del otro; o acaso empezábamos a saberlo, pero como uno sabe que tiene que morir: desechando esa idea casi alegremente para continuar viviendo. El crimen empezó en la playa, en Almuñécar, una noche de agosto. Oímos las olas, y hay una brisa que no nos incomoda, pues nos escondemos entre las barcas de pescadores, de nombres familiares y devotos en letras negras sobre la pintura azul o blanca: Luisa, Aurora, Virgen del Carmen, Virgen de los Milagros, Virgen de los Remedios. Siento la humedad. Percibo el olor a pescado, a cebos y aparejos y el olor del cuerpo de Lucía, más fuerte en el cuello y en las axilas, en el pecho donde apoyo la cabeza para oír su corazón y comprobar que lo que nos ocurre no es mentira, porque entonces la realidad se parecía más al propio convencimiento. Tenemos dieciséis años. Nos llevamos unos meses –desde el día doce de diciembre de 1967 al veinte de abril de 1968-, pero vamos descubriendo juntos el juego del sexo y el amor.

– ¿Es una broma? –grito.

No me contesta. Se dirige con paso decido a la urbanización en la que veranea con sus padres. Veo cómo se rompe la camisa. Es como la escena de una de las películas que vemos en el Cine Aliatar: el aire le revuelve el pelo; Lucía balancea los brazos y el cuerpo a cada paso; veo sus hombros desnudos, su espalda morena, bajo la luz de las farolas del paseo. Previamente se ha roto las bragas y los pantalones de algodón.

– ¡Estás loca! –vuelvo a gritar.

Pero ya ha desaparecido por la puerta de la urbanización.

Entonces pienso que lo que ha ocurrido esa noche nos perseguirá el resto de nuestra vida. Es lo que pasa en las películas. Somos la víctima y el asesino. El perseguido y el perseguidor.


José María Pérez Zúñiga

(Madrid, 1973) se doctoró en Derecho por la Universidad de Granada, y ha compaginado la literatura con la enseñanza universitaria. Colaborador habitual en prensa, actualmente es columnista del Diario IDEAL (Vocento). Ha publicado las novelas Grismalrisk o bien El juego de los espejos (Dauro, 2002), Rompecabezas (Seix Barral, 2006), Lo que tú piensas (Kailas, 2008), La tumba del Monfí (Almuzara, 2012), Cine Aliatar (Valparaíso Ediciones, 2017) y Para quien no  Miradas nuevas por agujeros viejos (Páginas de Espuma, 2014), Breviario (Ayuntamiento de Granada, 2005), libro de aforismos y otras prosas breves y Mensajes de papel, antología de artículos publicados en prensa (Diputación de Granada, 2012); así como las adaptaciones Nochebuena de fantasmas, de Charles Dickens (Vicens Vives, 2008), Miguel Strogoff, de Julio Verne (Vicens Vives, 2009), Grandes esperanzas, de Charles Dickens (Vicens Vives, 2012), Tom Sawyer, de Mark Twain (Vicens Vives, 2018) y ensayos sobre derecho y comunicación, como Caleidoscopio (Dykinson, 2017)brilla la luz (Berenice, 2018); los libros de relatos El círculo, Abraxas y otras ficciones (Dauro, 2001).


III Feria del Libro del Oeste de Caracas 2018

 

Patricia Chung

 

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