Kebab de papel y tinta

No siempre se tiene a la mano una proteína o la vitamina necesaria para que la vida siga viva o, por lo menos, para que no empiece a morir. Es por eso que cuando no podemos, o no queremos pararnos de donde estemos leyendo quisiéramos que se nos apareciera de la nada algo que nos permita no morir de hambre mientras continuamos inmersos en esas lecturas que nos hipnotizan hasta el punto de no querer que la vida siga. En mi caso, y que me perdonen los puristas de la lengua, de la literatura y del cuerpo, empiezo a comerme el libro por el principio según el hambre que tenga. Eso sí, la portada la dejo intacta y me salto directamente a las primera páginas, en donde se mencionan los derechos reservados de la obra y los números y fechas que un lector ordinario pasa por alto. Luego, si no me he saciado, continúo con la que contiene el título y el autor, en algunos casos con las dedicatorias también, luego con los epígrafes o los índices si los hay. Pero en caso de no lograrlo con ello, llega el momento de terror: empiezo con el texto íntegro del libro a sangre y fuego. Todo con tal de no tener que detenerme a hacer otra cosa que no fuera leer. Leer hasta terminar de leer, hasta empezar, otra vez, a leer.

Casi nunca me he alcanzado los ojos con la boca porque el hambre de un lector, como se sabe, puede ser más voraz que la del estómago si así lo quiere. Y aunque no lo quiera.

Por: Sergio Marentes

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