Leer lo que le incomoda o la importancia de llamarse Mario

Mario Vargas Llosa
«¡Yo nunca leeré a Vargas Llosa, es basura neoliberal!»

Usted, querido lector, puede cambiar aquel nombre por el que le apetezca, sin importar la ideología o la temática de sus obras ―Marx, San Agustín, Gandhi―, y el diagnóstico es el mismo: torpeza de aquel que se rehúsa a leer lo que le incomoda.

El problema en sí no es que un autor tenga una posición ideológica concreta ―todos la tenemos y eso, per se, no nos vuelve héroes o villanos―, sino que se la use como un argumento irrefutable para descalificar su trabajo.

En algún momento, Nietzsche advirtió que sus escritos y su vida eran completamente distintos y, aunque este extremo también es una exageración, tiene mucho más sentido que lo otro porque si uno se propusiera dejar de leer cada escritor porque su vida no responde a los «estándares morales» ―léase: prejuicios― de cada tiempo o individuo, prácticamente deberíamos desechar el 98% de todo el conocimiento humano —que yo sepa no ha nacido un ser humano perfecto.

Por otra parte, y es lo más grave, ¿cómo se puede decir que una idea, la que sea, es reprochable o, de plano, mala si ni siquiera se la conoce?

El caso «Varguitas»

Vargas Llosa es uno de los autores contemporáneos que más sufren los ataques por su posición personal al respecto de la economía y la política de las naciones. La gente de izquierdas se exalta al escuchar su nombre, pero —¡oh, sorpresa!— también lo hacen los de derechas, toda vez que ha sido un crítico tan feroz con las dictaduras de esta como de la otra vereda. No es un hombre de centro, tampoco es un fascista como lo acusan los despistados; es, efectivamente, un liberal ―¡en el siglo XIX y a principios del XX, esto era ser «de izquierdas»!

Más allá de aquello, el hecho es que los que dicen que no se debe leer sus obras se han convertido en el epítome del «ídolo de la caverna» baconiano: prejuiciosos que pretenden imponer a otros sus propias preferencias, negándose a ver que el mundo es «ancho y ajeno».

Desconocen, por supuesto, que, pese a provenir de la clase alta arequipeña, es un escritor extraordinariamente hábil para «ponerse en los zapatos» de sus personajes, es decir, que sin importar si su novela es sobre un niño en un colegio militar o un pintor del siglo diecinueve, sus voces no son impostadas, de modo que el lector no tiene ninguna duda de la verdad de ese cuento chino que es la literatura.

Seguramente, los anti-Vargas tampoco han leído sus ensayos, por eso no saben que sus análisis ―de literatura, economía o política— contienen un bagaje gigantesco: con cada referencia el autor desnuda la construcción de su mente, que es un gran edificio con ladrillos de Borges, Flaubert, Smith, Hemingway…

Leer lo que le incomoda

Así pasa con muchos autores descartados, en este u otros siglos, por sus convicciones o, lo que es peor, por las convicciones que los desavisados les enchufaron por mero prejuicio ―Chéjov, por ejemplo, se quejaba de que los de izquierdas le llamaban derechoso, y los de derechas, izquierdoso.

Leer un libro es una aventura peligrosa porque, cuando se trata de uno bueno, nos cuestiona, nos obliga a replantearnos nuestras ideas, incluso a dudar de nosotros mismos. Si no lo hace, si se trata de un volumen complaciente y onanista, es mejor pasar de él: la certeza propia, a menudo, es enemiga de la Verdad.

 

(Más travesuras como esta en La rue Morgue o en Twitter.)

José Luis Barrera3 Posts

José Luis Barrera (Quito, 1983) escribidor y periodista freelance. Para sobrevivir ha ejercido varios oficios: profesor de literatura agnóstico en un colegio de monjas, cobrador de deudas ajenas, librero, maestro de artes marciales y periodista. Algunos de sus relatos han aparecido en antologías como Minimal (Efecto Alquimia, 2011) y Nunca se sabe (Eskeletra y Cactus Pink, 2016), así como en su único y detestado primogénito literario, El espejo de Mambruk (K-Oz 2011). Actualmente, trabaja en un nuevo libro que borre las llagas dejadas por el primer error, al tiempo que colabora en revistas como Mundo Diners, Terra Incognita y medios digitales de Ecuador y España. En 2018, ganó conjuntamente con Jonathan Álvarez el concurso Pichincha Escribe de la Casa de la Cultura en la categoría de crónicas, publicando el libro Esquiziudades. Sus historias de ficción y no ficción también se pueden leer en su sitio blog La rue Morgue, parte de un proyecto literario – periodístico enfocado en demostrar que una vida dedicada a la literatura es posible y no un milagro.

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