Los libros del otro lado

Los libros del otro lado

Es común oír decir que no tenemos tiempo suficiente para leer todo lo que quisiéramos. Lo dicen los grandes medios periodísticos, los pequeños y los medianos, algunos críticos y los lectores de a pie, esa gran mayoría en la que a veces me gusta perderme para dejar de oír el ruido del mundo. Pero, como dijeron muchos autores, entre esos Andrés Neuman, mientras leemos fabricamos tiempo. Es bien sabido por un lector cualquiera que, en dos horas de lectura, digamos cualquier cantidad de tiempo, da lo mismo, bien podremos haber vivido varios días, meses y hasta años en el mundo de la ficción, que es lo más real que podremos tener quienes sabemos leer. Entonces, para quienes dicen que no tenemos tiempo, les puedo recordar lo que dije una vez, porque que alguien me recordó hoy, antes de empezar a escribir esto que escribo: la noticia mala: para leerlo todo se necesitan muchas vidas. La buena: para tener muchas vidas sólo se necesita leer.

Pero no hablemos de matemática porque no sé de eso, además, lo que vine a contar fue que ayer, mientras me desplazaba en el transporte público desde el fin de la ciudad hacia el principio, tuve la fortuna de tener un lugar junto a un lector que recién empezaba su libro. Lo llevaba abierto de par en par. Se trataba de una novela corta y bastante entretenida de un autor desconocido para mí. Contaba la historia de un hombre que tenía la capacidad de partirse en dos sin hacerlo. Era una especie de cualidad metafísica que le permitía, por ejemplo, oír lo que venía del lado derecho sin dejar de oír, y de entender en ambos casos, lo de su oído izquierdo. Así con el resto de su cuerpo. Por ejemplo, también era capaz de establecer comunicación con dos personas a la vez, con una hablaba con un lado de su boca y con el otro con la otra. Se trataba de una especie de hombre de dos caras, un hombre-moneda. Me enganché de inmediato a la historia. Y no pude más que agradecer el tráfico de Bogotá, porque pude saber más y más del hombre-moneda y leer sus aventuras en este mundo de una sola cara hasta llegar al final del libro, casi a la vez que al final del viaje. Otra cosa con la que tuve suerte, por cierto, fue con la velocidad de lectura del dueño del libro y la mía, que era demasiado parecida, aunque unas veces lo esperaba yo y otras me perdía algún par de frases cuando él pasaba la página, sin avisarme, por supuesto. No sabía que yo estaba robándole un poco de su libro, no se lo podía decir, porque no tendría tiempo suficiente para explicarle que leía su libro a la vez que leía el que llevaba en mis manos.

En la parte de atrás hay alguien que me pregunta que cómo logré eso mientras leía otro libro. Fue fácil: con el ojo derecho leí esa novela y con el izquierdo mi libro de cuentos.

Sergio Marentes21 Posts

Editor y director editorial del Grupo Rostros Latinoamérica. Es poeta y narrador. Lector irredento.

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