Luis Carlos Azuaje: Ser escritor me hace sentir más humano

Luis Carlos Azuaje se alza con el XX Premio Anual Transgenérico

Luis Carlos Azuaje el ganador del XX Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, se considera antes que nada, profesor, la profesión que ejerce en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, cree que el ser escritor es un traje que le queda bien.

En entrevista a QuéLeer nos habló sobre cómo su novela Los verdaderos paraísos fue producto de relatos fallidos y hasta de un despecho. El maracayero se refirió a los escritores de su generación y expresó su admiración por quienes se dedican a la cultura en Venezuela.


Luis Carlos Azuaje se alza con el XX Premio Anual Transgenérico

Lo primero que me gustaría saber es cómo te sientes luego de haber ganado el XX Premio Transgenérico por decisión unánime del jurado que te seleccionó de entre 153 manuscritos.

Es mi primer premio y estoy en el mismo catálogo de Jackeline Goldberg, no tengo que añadir nada más a esas dos frases. Solo este comentario al margen: creo que es el resultado de muchos años de relatos fallidos, de creer en una vocación solitaria que mantuve casi en secreto. Es el resultado de saber esperar.

¿De qué trata la novela Los verdaderos paraísos? ¿Hace cuánto las escribiste?

El jurado dice muy acertadamente que es una novela sobre el desarraigo y la identidad. Pero me voy a permitir opinar sobre mi propio texto: creo que también es una novela sobre la relación entre el mar y la literatura. ¿Qué es lo primero que encanta y asusta del mar? La vastedad, que no te alcanza la vista. David busca el mar como busca los libros; quiero decir, por lo que los une: la incapacidad de abarcarlos con la experiencia. No te alcanza la vida para leer todo. David bucea en las profundidades del conocimiento y a la par se sumerge en las aguas cálidas del litoral paulista. ¿Qué busca? Lo mismo que busca un lector en una biblioteca: la sensación de infinito. El mar y la literatura son la misma cosa, los une el misterio. A veces también es una novela de viajes y, claro, el viaje entraña un desarraigo porque todo desplazamiento, por insignificante que parezca, es una aventura. Pascal decía que todos los problemas del hombre surgen cuando decide salir de su habitación. Pero al momento de concebirla quería que fuera una novela sobre el mar y un homenaje a la literatura.

La escribí en 2019, al regreso de mi viaje a Brasil. La escribí como casi todo lo que escribo, durante los intervalos amorosos, bajo el influjo de un despecho. Todos los decálogos dicen que no hay que fiarse de esa emoción, pero a mí me hace bien.

¿Qué tienes en común con David, su personaje principal?

Su nomadismo, su obsesión con los libros, su amor por el mar.

Podría decirte que David fue mi manera de hacer las paces con el Luis Carlos que llegó hace casi seis años a la Argentina con mil dólares de Cadivi, una maleta con libros y la sensación de estar comenzando la vida, pero eso sería una enorme injusticia con un personaje que a medida que se escribía fue adquiriendo tonos más y más complejos al punto que me hizo preguntarme si era yo quien lo estaba escribiendo o era él que me estaba explicando cosas que hasta ese momento no había logrado entender.

¿Por qué te atrae la figura de Albert Camus?

En principio creía que era por su pensamiento, hablar de la felicidad y del suicidio como temas centrales me sigue pareciendo de una honestidad intelectual y al mismo tiempo de una osadía incuestionables. Pero luego, al conocer más de cerca su vida, me di cuenta de que me unía algo más, Camus era un hombre de teatro, un agudo periodista y un aventurero. Hice teatro por muchos años y ese fue tal vez mi primer amor: la bohemia. Durante mucho tiempo quise ser periodista, como mi madre, y soy muy dado a la crónica y a recolectar historias personales. Por último, tengo una vocación experimental, una sed de descubrir nuevos mundos. En todo eso Camus es, por qué no decirlo, una suerte de inspiración.

¿Cuáles son los autores que más lees?

Mario Levrero, Santiago Gamboa, Alejandro Zambra, Patricio Pron y Andrés Neuman me parecen autores fundamentales. Pero luego han venido apareciendo en mi biblioteca voces muy notables, Emma Barrandéguy, Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin, Sara Gallardo (como ves, consumo mucha literatura del Cono Sur). Últimamente he estado leyendo más narrativa anglosajona: Julian Barnes, John Williams, Richard Yates, Alfred Hayes, Nicole Krauss; me encanta la delicadeza como tratan las emociones humanas y que no le tienen miedo a narrar historias cotidianas o de fracasos sin acudir a sofisticadas técnicas narrativas, solo una historia humana y ya.

Las influencias literarias son tantas. La curiosidad me llevó a descubrir autores fascinantes: Salvador Benesdra, Jorge Barón Biza, Clarice Lispector, todos bichos raros, llenos de complejos, suicidas; y algunos más líricos: Alessandro Baricco, Alejandra Kamiya, Julián López, orfebres, artesanos de la palabra.

Quisiera tu opinión sobre el efecto que la inmigración ha causado en la literatura que están escribiendo los venezolanos desde los distintos países

Le he seguido la pista a algunos casos como los de Eduardo Sánchez Rugeles, Rodrigo Blanco Calderón, Gabriel Payares, Santiago Acosta, Rubén Darío Carrero, Karina Sainz Borgo, que son de mi generación. Es curioso, pero a diferencia de la generación anterior que también tiene rato viviendo afuera, Juan Carlos Méndez Guédez, Gustavo Valle, Fedosy Santaella, Lena Yau, José Urriola, mi generación no tuvo la oportunidad de conocerse bien en Venezuela, motivo por el cual —pero esto es solo una hipótesis— no pudimos estrechar lazos, coordinar ataques, qué sé yo, y por eso parece que cada uno anda en lo suyo. Pero esto es apenas una ilusión; a veces dialogamos sin saberlo, lo que prueba que hay flujos inconscientes que nos atraviesan. Cuando leo a alguien de mi generación descubro que estamos peleando con los mismos fantasmas.

En tu primera novela El gran farsante, abordaste el tema del poder y los medios de masas. ¿Nos podrías explicar?

Un joven llamado Yendrick Sánchez interrumpió el acto de juramentación del actual presidente. Eso todos lo vimos en pantalla y nos reímos, fue una risa de incomprensión frente al absurdo. Las payasadas producen risa por su inadecuación y por la dura precisión con la cual denuncian lo real detrás de la máscara. Yo quise contar la historia de espanto que vivió ese joven tras esa carcajada.

Para ser fiel al espíritu quijotesco de Yendrick la narré con humor y fue el humor el que me permitió tocar temas delicados como nuestro pasado opresivo, la desigualdad social, la aparición de las guerrillas y todos los elementos históricos que condujeron a la aparición de esta perversa casta militar que hoy gobierna el país.

Yendrick Sánchez (Junior Mata en la ficción) narra desde la cárcel y en retrospectiva todo lo que lo llevó a estar encerrado y todas las peripecias de mantenerse con vida en una prisión venezolana.

El mismo año de la publicación del libro asesinaron a Yendrick en su casa. La prensa lo trató como un caso de “extravagancia sexual”. No sé qué pueda significar eso. El asunto lo dieron por cerrado. Hace poco escribí una nota para Letralia que sirve de colofón a esta historia atravesada de enigmas y sinsentidos (https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2018/08/29/yo-no-lo-mate/).

¿Cómo ves desde Buenos Aires, ciudad donde resides, el panorama literario en Venezuela?

¿Qué puedo decir del esfuerzo que implica dedicarse a la cultura en un país donde cada dos horas se va la luz? Escritores, investigadores, críticos, periodistas y tantos otros que se mantienen produciendo a pesar de la catástrofe. Lo que hacen desde La Poeteca, la Fundación para la Cultura Urbana, proyectos como La Vida de Nos o las mismas universidades, que se mantienen en pie a pesar de la desfinanciación y la paulatina pérdida de su capital intelectual, es sencillamente admirable. Son territorios que se resisten a la operación simplificadora, se resisten al empobrecimiento simbólico de una sociedad. Al poder le conviene el monolingüismo, la repetición de las consignas, la lealtad ciega. Como decía Fabián Casas: “El lenguaje es el monopolio mediático más peligroso que existe”.

¿Cómo ha sido la experiencia de ejercer tu profesión de escritor desde otro país?

Primero, me gustaría señalar que en lo profesional me considero un profesor antes que cualquier otra cosa. Me gusta enseñar, es algo que he descubierto que sé hacer bien y que me ofrece el cariño y el respeto de mucha gente. Por tanto, es algo que acabo haciendo con candorosa convicción. Luego, desde que empecé a usar el mote de escritor he sentido una extraña mezcla de glamour e irrelevancia, me he sentido anacrónico y al mismo tiempo en poder de algo muy valioso, un saber, una verdad cuya alta valoración reside precisamente en que no se sabe qué es. Abelardo Castillo decía que el arte hoy no tiene ninguna importancia a no ser la de imaginar un sentido en un mundo que lo ha perdido por completo.

Para mí decir que soy escritor no es una cosa menor, implica asumir una nueva identidad, como ponerse una ropa que jamás usarías y llevarla con orgullo. Puede suceder que descubras en el camino que la ropa te queda mejor de lo que creías, que te hace sentir diferente, que puedes hacer cosas que no te atrevías a hacer, es como un superpoder esa ropa. Yo encontré en esa identidad cosas que me hacían sentir más humano, leal a mi espíritu soñador, alguien que asume el riesgo de vivir. No sé con exactitud qué cosa sea un escritor, pero si hay algo que no es, de eso estoy seguro, es un abúlico. Dante tenía reservado un vestíbulo principal del infierno a los indecisos.

¿Sientes nostalgia por tu ciudad Maracay y el país en general?

Extraño a los bibliotecarios que te prestaban de forma clandestina las novedades de editoriales extranjeras que en aquella época resultaban incomprables. Extraño aquella feria de libros usados en la terraza de un bar decadente. Extraño el grupo teatral que daba funciones para treinta personas en una estación ecológica pegada a la montaña. Extraño a los cuentacuentos y a los malabaristas que se desnudaban delante de los cuarteles. Todo esto pasaba en Maracay. Extraño ese arte que incomoda, el gesto subversivo, el delirio que hace frente al poder con su sola presencia indescifrable, con su rabiosa inutilidad.

¿Qué temas te inspiran?

Los personajes inclasificables: anónimos, perversos o genios, donde haya suspenso, algo no resuelto. Me gustan las conexiones insólitas, la gente que se encuentra porque se tiene que encontrar en lugares insospechados.

¿Cuál es tu próximo proyecto literario?

No lo sé. Escribo un libro cada siete años en promedio. No llevo prisa. Primero necesito viajar, explorar otras formas de vida, contagiarme de esos dramas que no me pertenecen —pero que están en mí o de lo contrario no llamarían mi atención—, formarme una idea de lo que significa vivir de otro modo. Soy un etnógrafo, llevo la oreja pegada a la calle, voy documentando y poetizando la realidad, es mi manera de ver belleza en los arrabales.


Luis Carlos AzuajeLuis Carlos Azuaje: Escritor y docente venezolano (Maracay, Aragua, 1983). Desde 2015 reside en Buenos Aires, Argentina, donde es profesor de español para extranjeros. Es profesor de lengua y literatura egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel), de Maracay, magister en filología hispánica del Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CSIC-CCHS), de Madrid, España (2009) y magister en literatura latinoamericana de la Universidad Simón Bolívar (USB), Caracas, 2012).

Ha publicado la novela El gran farsante (EDA Libros, Málaga, 2018). Resultó ganador del XX Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2021) con su novela Los verdaderos paraísos. Ha sido incluido en antologías como Voces nuevas 2005/2006 (Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg, Caracas, 2006); Velas al viento, los microrrelatos de la nave de los locos (Cuadernos del Vigía, 2010), y Antología del taller literario Los moradores (El perro y la rana, 2012).

Patricia Chung

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