Otros son los que se creen nosotros

Cuando me preguntan si he leído todos los libros que he tocado respondo que sí. Porque leer es mucho más que pasar nuestros ojos distraídos por unas líneas imaginarias de donde se cuelgan miles y miles de palabras ordenadas de determinada manera que buscan que nuestro subconsciente conciba determinado recado o, en el mejor de los casos, lo invente de la mejor manera. Y respondo que sí, básicamente, porque con leer el título, el autor, el año en que se publicó, algunos apartes del interior, el principio, el final o, quizá el prólogo, se puede tener suficiente información para decidir si se leerá el resto o no. Porque un libro leído también es uno no leído. O cómo podríamos explicar lo inexplicable que nos lleva a abandonar un libro sin haberlo terminado además de los prejuicios y la falta de tiempo y deseos. Y ni qué decir del misterio que nos obliga a releerlo.
Entonces, cuando me lo preguntan, respondo que sí, aunque lo haya leído parcialmente. Y es ahí cuando viene la siguiente pregunta, a la que respondo que puede o debe evitarse si lo que se quiere es leer algo bueno. En ese instante, es inevitable, pasan al menos dos cosas. Una es que se lancen a leerlo como desesperados o que lo abandonen para siempre. Lo cual es benéfico en ambos casos para el libro, que no merece más que nuestra reacción más genuina y verdadera, y para el lector, que no merece más que poder ser libre. Es por eso que digo, cuando llega la tercera pregunta, que sí es posible leerlo todo si a lo que llamamos leer lo ajustamos a nuestros propios parámetros y cualidades. Así como alguien alguna vez me dijo que para él sólo existía un libro desde que leyó uno que ya no le permite terminar de leer ninguno de los que empieza. O como cuando alguien me dijo que leía todo lo que brotaba de las mesas de novedades para estar al día y que con eso le bastaba. O cuando alguien mencionó al niño mago y las infinitas veces que leyó y leerá la saga desde el principio hasta el final. O, para los más modernos, cuando alguien me dijo que le bastaba con ver la serie o la película, sin importar si estaba bien versionada, para afirmar que ya había leído el libro. O cuando alguien me dijo que los únicos libros que en verdad se leen son los que se escriben. O cuando alguien me dijo que le bastaba con leer toda la poesía posible para sentirse vivo. O cuando un autor colombiano reconocido hasta el hartazgo afirmó que dejó de leer literatura antes de los treinta años porque ya había sido suficiente.
En fin, leer es otra cosa, como por ejemplo cuando son otros los que se creen nosotros, los lectores. Y es ahí cuando llega la última pregunta, la que no tiene respuesta.
Por: Sergio Marentes
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