Reseña «Leonardo Da Vinci, la biografía» de Walter Isaacson

Walter Isaacson (Nueva Orleans, 1952) es un reconocido periodista y biógrafo estadounidense que nos tiene acostumbrados a trabajos de investigación concienzuda y detallista sobre grandes personajes. Se le conoce por las biografías de Albert Einstein, Benjamin Franklin, Henry Kissinger y Steve Jobs. Su más reciente trabajo, es contarnos la vida de un hombre polifacético como lo fue Leonardo Da Vinci.
A través de sus más de 800 páginas, nos presenta todas las facetas del prototipo que revolucionó el Renacimiento.
Leonardo Da Vinci, la biografía
Comienza con una cronología que narra los principales aspectos de la vida de Da Vinci así como sus principales obras. También hace una lista de todos los personajes que fueron importantes para la vida de este artista italiano. El libro contiene ilustraciones de obras de arte, bocetos y anotaciones de sus famosas libretas.
Leonardo Da Vinci tenía una particular autodefinición de sus talentos. Se jactaba de sus habilidades en ingeniería, sin olvidar su capacidad para proyectar y diseñar puentes, canales, cañones, carros acorazados y edificios públicos y al final decía que era artista: «También puedo esculpir en mármol, bronce y yeso, así como pintar, cualquier cosa tan bien como el mejor, sea quien sea».
El biógrafo hace una descripción detallada de los cuadernos de Da Vinci con sus valiosos apuntes. “Aunque la mayoría de sus contemporáneos lo considerasen amistoso y afable, Leonardo se muestra a veces oscuro y angustiado. Sus cuadernos y dibujos ofrecen una ventana a su mente febril, imaginativa, maníaca y, en ocasiones, exaltada”
De su infancia, debe resaltarse que Da Vinci nació fuera del matrimonio, el ser hijo bastardo lo salvó de tener que ejercer el oficio de notario, para el que no habría servido, ya que se distraía con mucha facilidad.
En sus primeros años en Florencia, Leonardo vivió con su padre. Éste lo dispuso todo para darle una mínima educación y pronto lo ayudaría a conseguir un buen puesto de aprendiz, así como encargos de obras; pero existe algo importante que ser Piero no hizo y que le habría resultado bastante fácil a un notario bien relacionado: cumplir el trámite necesario para legitimar a su hijo.
Más tardes, en su periodo de Milán al servicio de los Sforza, Leonardo da Vinci fue productor de espectáculos. En la realización de este tipo de montajes intervenían numerosos elementos, tanto artísticos como técnicos, y todos atraían a Leonardo: escenografía, vestuario, decorados, música, mecanismos escénicos, coreografías, alusiones alegóricas, autómatas y diversos artilugios.
Un aspecto curioso de Leonardo era su forma de escribir: zurdo, escribía de derecha a izquierda, en la dirección opuesta de las palabras de ésta y otras páginas similares, y trazaba las letras hacia atrás. «No deben leerse sino con un espejo», precisó el biógrafo Vasari sobre ellas.
En lo artístico, Leonardo también fue un pionero en el uso del sfumato, la técnica de difuminar contornos y bordes que emplean algunos artistas para reproducir los objetos tal como se nos aparecen, en lugar de con contornos definidos.
Tal vez una buena parte del mundo conoce a Da Vinci solo por pintar la Mona Lisa y La Última Cena, pero el mérito de Isaacson es dar a conocer una visión integral de este importante personaje. “Da Vinci se consideraba ingeniero y científico. Con una pasión lúdica y obsesiva, realizó estudios innovadores de anatomía, de fósiles, de pájaros, del corazón humano, de máquinas voladoras, de óptica, de botánica, de geología, de corrientes de agua y de armamento. Así se convirtió en el arquetipo del hombre del Renacimiento, una inspiración para todos los que creen que «las infinitas obras de la naturaleza», por citar al propio Leonardo, se hallan entretejidas en un todo lleno de maravillosos patrones. Su capacidad para combinar arte y ciencia, simbolizada por su dibujo de un hombre completamente proporcionado con los brazos extendidos dentro de un círculo y un cuadrado, conocido como el Hombre de Vitruvio, lo convirtió en el genio más innovador de la historia”.
La Mona Lisa es el cuadro más famoso del mundo no solo gracias al bombo publicitario y al azar, sino también porque los espectadores pudieron establecer un vínculo emocional con ella; debido a que provoca una serie compleja de reacciones psicológicas que ella a su vez parece mostrar.
El cuadro se convirtió en algo más que el retrato de la esposa de un comerciante de seda. Leonardo lo consideraba una obra propia y universal que legaba a la posteridad. No cobró ni un céntimo por él. En cambio, lo mantuvo consigo en Florencia, Milán, Roma y Francia, hasta que murió, dieciséis años después de haberlo empezado.
En lo íntimo, el biógrafo aborda la sexualidad de Da Vinci. “Se sentía atraído sentimental y sexualmente por los hombres y, a diferencia de Miguel Ángel, parecía llevarlo bien. No hacía ningún esfuerzo ni para ocultarlo, ni para proclamarlo, aunque quizá contribuyese el hecho de que se sintiera poco convencional, alguien que no estaba preparado para formar parte de la dinastía familiar de notarios. Con los años, tuvo muchos jóvenes hermosos a su servicio en el taller y en casa”.
Leonardo vestía de forma muy vistosa, a veces informal, según el Anónimo Gaddiano, «con una túnica rosada hasta la rodilla, aunque los demás en aquella época llevaran prendas largas». Con los años, se dejó una barba que le «llegaba a la mitad del pecho y cuyos rizos llevaba siempre bien peinados». Sobre todo, era famoso por su disposición a compartirlo todo. Era sumamente liberal, acogía y ayudaba a cualquier amigo, pobre o rico.
El italiano Leonardo casi no tuvo estudios y apenas sabía leer en latín o hacer divisiones complicadas. Su genio nos sirve de ejemplo. Se basaba en habilidades que podemos aspirar a mejorar en nosotros mismos, como la curiosidad y unas enormes dotes de observación. Poseía una imaginación agudísima, que lindaba con la fantasía, una cualidad que podemos tratar de preservar en nosotros y de disfrutar en nuestros hijos. Ésta es la idea fundamental para la posteridad, el legado para las generaciones.
Al finalizar el libro, Walter Isaacson nos escribe la lección de Leonardo. Allí da varios consejos sobre la importancia de observar, conservar el asombro de un niño, fijarse en los detalles, pensar visualmente, que lo perfecto sea enemigo de lo bueno, fantasear, colaborar, hacer listas, tomar notas. En una frase, abrirse al misterio.
Leonardo era un genio y mucho más: el epítome de la mente universal, alguien que buscaba comprender toda la creación, sin olvidar cómo encajamos en ella.
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