Reseña “Y recuerda que te espero” de Juan Carlos Méndez Guédez

Y recuerda que te espero de Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967) cuenta una historia nostálgica, que el lector disfrutará de modo muy personal.
Un hombre y una mujer en una bañera, desnudos, íntimos a pesar de haberse conocido ese día. Qué maravillosa manera de comenzar un relato.
En el prólogo detalla como Fermín Bolívar Coronado le hizo un encargo a Méndez Guédez, cuando le entregó unas notas sueltas escritas en búlgaro, que se convirtieron en esta novela.
Fermín no es escritor aunque le gusta mucho leer y constantemente cita autores y fragmentos de obras. Este personaje sufre una decepción personal y familiar en Nueva York por lo que decide emprender un viaje muy especial que lo llevará de vuelta a su tierra natal, Venezuela, tierra que lo cobijó apenas en su niñez. Su amigo escritor fungirá como guía, le va dando pistas de personas y lugares imprescindibles en su travesía.
Lo poético del relato es que Fermín va en busca de las huellas de dos fotografías de su niñez. Una de ellas, asume, que es en Barquisimeto y hasta allá se dirige.
“Yo pretendía un viaje con esa intensidad, pero también con un sentido antagónico. Viajar. Moverme, fluir hacia la felicidad de una fotografía en la que apenas conseguía reconocer una parte de mí”. p.42
Algunas vicisitudes sufre en el camino como la avería del transporte que lo llevaba a la ciudad de los crepúsculos. Luego, el viaje con una señora y sus dos niñas frágiles con sus “bocas temblorosas y la piel de harina” cuyo destino era ver en el hospital al esposo gravemente enfermo.
Los ojos del comandante lo escrutaron desde que llegó al aeropuerto y en varios puntos del camino “con una fijeza como la de una hiena al acecho” p.20
Durante los días que dura su travesía por Barquisimeto, siempre recibirá advertencias sobre la delincuencia. Su paseo en carro le recuerda a uno que hizo en Argelia donde ningún turista podía moverse por las calles por temor a las milicias radicales islámicas. Fermín conocerá leyendas que andan en boca de los lugareños, una en particular sobre el tesoro escondido debajo de la estatua del Mariscal Sucre, pero que solo lo podrían conseguir el día que Cardenales de Lara ganara por primera vez el campeonato de béisbol venezolano. Cardenales ganó pero el tesoro no apareció o al menos nadie fue a comprobarlo.
El lector siente como si acompañara a Fermín, mientras se desarrolla una travesía con la imaginación y la bañera como medio de transporte. Viajar sin moverse de un lugar. Ella, escuchando todo, él renuente a salir de ese estado ideal.
Fermín recorre en Barquisimeto, los lugares que inspiraron a Rafael Cadenas y Salvador Garmendia. Pero también realiza un viaje gastronómico, se deleita con un lomo prensao acompañado de chutney de semeruco.
De repente, la revelación surgió del agujero del tiempo y la memoria. Fermín había encontrado el lugar de la foto de su niñez.
El culto a María Lionza es abordado por el escritor, desde la escultura de Alejandro Colina que se partió en la autopista hasta los ritos para rendir homenaje a esta deidad en Yaritagua.
Ya en Caracas, el encuentro con el Aula Magna y las maravillosas nubes de Alexander Calder, así como las obras de Jesús Soto, Wilfredo Lam, Jean Arp, Alejandro Otero, le dan una felicidad inimaginable. Un recuerdo de lo que fue el Bulevar de Sabana Grande con el cine Radio City y el Broadway al igual que los días de carnaval, los mejores para caminar.
“Caracas es la ciudad que mejor conozco, que más he transitado y gozado y sufrido. La amo a mi manera, pero ahora además le temo, como a esos amores peligrosos, y mientras lleguen otras horas menos sangrientas y desoladoras, prefiero evocarla como la conocí y caminé cuando era joven” p.84
Nostalgia pura la de Méndez Guédez.
La segunda foto lo envió directamente a Madrid. Recorrió plazas, parques y calles. Hasta viajó a Murcia. Pero el encuentro con Pérez Zúñiga sería el que le diera la pista certera. La foto fue tomada en la Glorieta de los Tilos en el Jardín Botánico. Un recuerdo, la lluvia. Fermín se sintió leve “Quizás me sentí como un sonido”.
En esos viajes tan especiales, la compañía no puede ser mejor. Poemas de Paul Celán, textos y anécdotas de Vila-Matas, Raymond Carver, Rafael Cadenas, Álvaro Montero, Víctor Valera Mora, Francisco Massiani, Gabriel García Márquez, Rufino Blanco Fombona, Rubén Darío, Pedro Emilio Coll, Juan Ramón Jiménez, Manuel Longares, Ernest Hemingway. Encuentros con Luis Yslas, Freddy Castillo Castellanos, Ernesto Pérez Zúñiga. Es un homenaje a los escritores.
“Yo buscaba huellas que me guiaran en mi viaje. Huellas de otros. Huellas leídas, porque el hilo de lo que he leído es el hilo de lo que soy. Las anécdotas pasan, se borran, se extravían en su caos y banalidad, pero los libros adhieren sobre los lugares una estela, un hilo dorado y tenso que nos conduce a un centro que siempre resulta sorpresivo. El que está al final de cada viaje es uno. Igual y distinto. Igual. Distinto”. p.90
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