Una vez más regresé de la feria del libro con menos espacio en mi casa y más libros pendientes por leer. No sé si es la casa la que se encoge o los libros los que se engordan durante el resto del año, pero siempre que llego con uno nuevo pareciera que no hay espacio disponible para él (y quizá un día para mí), no sé si será una cuestión de celos profesionales o de género, pero me hace trabajar de más en lo que se refiere a buscarle un lugar. Pero esta vez no se trata de haber comprado muchos libros, ni más faltaba: mis bolsillos están cada vez más vacíos por haberme creído lo de ser poeta. Sólo compré un libro llamado «Toda la literatura» y me quedé con las ganas de comprar casi toda la feria, como siempre. Podía haber sucedido cualquier cosa, pero no lo podía dejar pasar, así que lo compré y regresé caminando hasta mi casa.

Fue sólo verlo desde lejos, leer el título y saber que debía llevarlo conmigo. Él, allí, casi abandonado, en medio de una montaña de saldos, con aspecto de niño abandonado, viéndome ir despacio hacia él comprobando no ser visto a cada paso hasta que nos encontramos y lo tomé con suavidad; casi que él se deslizó por entre mis dedos. Me llamó la atención su título casi tanto como el nombre del autor: «El Autor». Lo tomé como si lo estuviera robando y lo protegí de cualquiera que quisiera llevárselo a su casa.

El libro está escrito de manera peculiar: un signo en cada página. Trae impresa por página una letra o un signo ortográfico, por lo que dificulta su lectura y, como ya se supondrá, su escritura. Y sí, para quien se lo pregunte, tiene toda la literatura escrita. Por lo menos toda la que se me ha ocurrido hasta ahora.